domingo, 23 de septiembre de 2007

La Ruleta Rusa, Capitulo 1: Ni tú ni nadie puede cambiarme (y IV)

Sólo en la cama, los pensamientos y dudas se arremolinaban dentro de mi cráneo, un tsunami a escala cerebral. Seguro que ahora me pasaría el resto de la noche del viernes dándole vueltas y vueltas, pensando y venga pensar, sin poder pegar ojo, hecho un auténtico fo…


Si no hubiera sido porque Vicente me despertó cantando en una patética imitación de Antonio Molina, seguramente habrían tenido que administrarme las uvas de Nochevieja vía intravenosa.

- Cocinero cocineroooooooooooooooooooo, enciende bien la candelaaaaaaaaaaaaaaaa…

Vicente llevaba viviendo en mi piso desde el verano, y gracias a Dios y a mi tozudez, parecía que iba dejando poco a poco esa ocupación suya de vivir de las carteras de los demás. Incluso había engordado un poco, y ya no parecía un Cristo después de visitar el Warner Gólgota Park. De vez en cuando, le salía alguna chapuza como albañil, y eso le daba la suficiente autoestima como para no considerarse un invasor en casa, colaborando con parte de los gastos, además de ocuparse de las labores del hogar. Para los Reyes ya le tenía apartados una cofia y un delantal. Yo no quería cogerle ni un euro, que para eso fui yo quien le hizo mudarse a casa; pero bueno, en un Campeonato de Cabezones, el Dedos sería descalificado por sobredosis de pormishuevostonina.

- Vicente, ¿te gusta cantar?

- Claro – respondió desde la cocina.

- Pues aprende, cabrón, aprende, y como ese desayuno no sea digno de un maharajá, prepárate a correr como no lo has hecho nunca delante de un guardia civil.

Vicente respondió con una sonora carcajada, mientras desliaba los churros de su envoltorio de papel, lleno de lamparones de aceite.

- Venga, levántate ya, que necesitas reponer fuerzas, Follarín de los Bosques.

Sí, claro. Cómo se notaba que Vicente no sabía nada de la pequeña y amistosa conversación-monólogo-concurso-de-preguntas de la pasada madrugada. A los cinco minutos, ya lo sabía todo; se lo fui contando entre churro y churro, mientras los mojaba en el café caliente. Vicente asentía, mientras escuchaba la narración de lo sucedido la noche anterior, sin hacer preguntas ni interrumpirme en ningún momento, concentrado en mis palabras, con la misma expresión en sus ojos celestes que cuando se quedaba observando el bolsillo de un turista harto de cerveza.

- … y se fue pegando un portazo de mil pares de cojones, que no sé como luego pudiste abrir la puerta.

- Ya.

-¿Ya? ¿Cómo que ya?

- Juan, leches, ¿qué esperabas?

Adios. Esto si que me estaba dejando con las patas colgando. Podía haberme imaginado cualquier reacción por parte del Dedos, desde el cachondeo puro y duro, hasta un No Pasa Nada, Ya Se Le Pasará, pero sus palabras me dejaron aún más despistado que las de Nieves. ¿Cómo que qué esperaba? ¿Es que había algo que esperar? ¿Se estaban poniendo de acuerdo todas las personas que me rodeaban para darme collejas?

- Vamos a ver, Juanillo. Mírate, tienes cuarenta años, sin curro, y llevas seis meses con ella; yo creo que ya es hora de que empieces a pensar un poco en ti, y en Nieves también.

- ¿Pero qué es lo que tengo que pensar? Lo del curro, bueno, ya me saldrá algo, de todas maneras no estamos como para mendigar, ¿no?, y sobre ella, bueno, estamos muy bien, nos llevamos genial, y los fines de semana pues nos venimos aquí y…

- Claaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaro, claaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaro, y como tú eres el puto centro del mundo mundial, pues nada, mientras tú estés bien, a los demás que les den, ¿no?

Joder, lo que me faltaba, Vicente echándome la bronca. Tenía que haberme quedado en la cama, por lo menos tres o cuatro meses más, a ver si para la primavera las cosas se habían arreglado y el resto del mundo había dejado de escupirme mis miserias a la cara.

- Yo no soy el centro de nada, Vicente.

- Juan, tío, ¿no ves que esa chavala está por ti? ¿No te das cuenta de que quiere algo un poquito más serio que veros, salir al cine y echar un polvo?

- ¿Más serio? ¿Qué es eso de más serio? ¿Qué es lo que quiere? ¿Que le ponga cara de notario cuando la vea?

- Ay señor, tan listo para los números y tan tonto para lo demás.- Se levantó de la silla y empezó a recoger los platos del desayuno.

- Vicente, pero…

Se giró sobre sus talones, echándose el trapo de fregar al hombro.

- Juan, coño, espabila. Mírate,- me dijo, mientras me señalab con la punta de la barbilla – que ya no eres un chaval, y te da todo lo mismo. Que si no andara yo por aquí, habría días que no comerías, por no levantan el puto culo de la silla.

- Pero es que…

- Ni es que ni hostias. Y no buscas un trabajo, de lo que sea, que te quedas esperando a ver si te llaman de alguna academia para dar clases, y si no llaman pues nada, a tocarnos los huevos en el sofá…

- Vicente, yo no…- La cosa estaba pasando de charla con suave recriminación a bronca modelo Te Quedas Sin Tele Y Sin Salir A La Calle Una Semana. Ya me estaba aguantanto demasiado, así que era el momento de ponerse en pie y…

- Tú te quedas ahí quietecito, y aguantas el chaparrón, como que me llamo Vicente Hipólito Manuel. –Y, empujando de mis hombros hacia abajo, volvió a dejarme el culo pegado al asiento. Me quedé helado, con los ojos como si me los hubieran abierto con un gato hidráulico. El Dedos y yo jamás nos habíamos peleado, quitando las tonterías de chiquillos, me hiciste trampa jugando a los cromos, ese trompo es el mío, el tuyo es aquel que está rajado por la mitad. Pero lo de hoy estaba pasando de castaño a Negro Túnel de Noche.

- Sí, te quedas ahí, esperando, no porque seas un flojo, que yo no te estoy diciendo eso; solo que, como siempre te ha salido bien, pues ahí te quedas, a ver si las cosas se apañan por sí solas. Y si no te llaman para currar, pues no pasa nada, ahí están los cuatro duros que tienes ahorrados, y cuando se acaben, pues nada, mamá seguro que te llena el frigorífico, o si no está Vicente, que también se lo curre…

-Pe…

- Y no es que me importe traer dinero a casa, te lo juro por mi padre, que en gloria esté, pero es que me da tanta mala leche verte así, jodiéndote la vida a ti mismo, que me dan ganas de… yo que sé. Y como tienes la puta suerte de cara, pues siempre te sales con la tuya, pero ¿qué pasará el día que la suerte te dé la espalda? ¿Y si yo me voy? ¿Y el día que falte tu madre? ¿Qué?¿Qué?

- ¿Irte?¿Te vas? – Sí, a cada segundo que pasaba tenía más claro que estaba viviendo un ensayo casero del Armagedón.

- No, no he dicho que me vaya a ir, vamos, al menos de momento, pero, no sé, tío, me gustaría coger, buscarme un alquiler baratito, y retirar a la Toñi de la calle, que las cosas están cada vez más chungas, y… qué coño, que quiero vivir con ella y ver si podemos hacer un buen caldo.

- ¿Tú, a vivir con Toñi, a una casita para los dos? Sí, claro, y los domingos al campo a hacer una paellita y…

- ¿No era eso lo que querías? ¿No se te metió en los huevos que dejara la calle y me hiciera un tío formal? ¿Qué pasa, que ahora que soy yo el que quiere justo eso, ahora al señorito le hace gracia? – Los ojos le relampagueaban como rayos de una tormenta seca en medio del verano. Tenía el paño de la cocina cogido por un extremo, y lo agitaba arriba y abajo, como un director de orquesta enloquecido en un ataque de epilepsia.

- Vicente, vamos a dejarlo ahí. Mejor me voy y ya lo hablamos luego, ¿vale?

- Sí, eso, vete, escurre el bulto, deja que pase el tiempo, las cosas ya se arreglarán.

Cuando cerré la puerta a mis espaldas, aún le oía maldecir y jurar en hebreo. No me daba miedo discutir con él; lo que realmente me helaba la sangre era volver y encontrarme el hueco dejado por su ausencia.

Joder, otra bronca en un sólo capítulo. Pobre Juan. ¿Y ahora dónde va? ¿Estará el Dedos en casa cuando vuelva? ¿Habrá en la calle una panda de skins esperando a Juan Cacho para rematar el día? Todo eso y mucho más, dentro de poquito...