viernes, 31 de agosto de 2007

La Ruleta Rusa, Capitulo 1: Ni tú ni nadie puede cambiarme (y III)

- Si, Nieves, claro que siento algo por ti, esto está claro, porque si no, no estaríamos los dos aquí, ¿no? - En estos casos, lo mejor es acompañar las palabras con una suave caricia, y yo enredé mis dedos entre su media melena castaña.


- Y en el caso de que tu sientas algo – continuó, como si yo no hubiera respondido o le importara un pimiento mi respuesta – me gustaría saber qué planes tienes para tu vida, para el futuro, y que papel juego yo en esa vida que te imaginas.

Ella. Planes. Mi Vida. Planes, Ella y Mi Vida. O sea, la unión de ella y yo en un futuro sabe Dios a que plazo. En ese momento, se me vinieron a la cabeza todas las implicaciones y quebraderos de cabeza que encerraban esas palabras. Se encendieron todos los paneles, las luces de alerta, las sirenas empezaron a ulular; tenía la cabeza llena de gente corriendo hacia todas partes con ametralladoras en ristre. DANGER. DAAAAAAAAAAAAAAAAAANGER.

- ¿Mi futuro, planes para un futuro, tu y yo? – Hala, la pelota rebota en la pared y viaja de vuelta.

- Juan, no te hagas el tonto que sabes perfectamente de que te hablo.

- Bueno, es que planes, lo que se dice planes, tú sabes que yo hago pocos. – Y eso era bien cierto. Casi siempre, cada vez que Juan Cacho había hecho planes, había llegado la vida en forma de bota de puntera metálica y había desbaratado los planes y todo aquello que le rodeara, incluyéndome a mí. Así que para qué preocuparse de lo que pase más allá de las próximas veinticuatro…

- Ya, pero es que quisiera saber si has pensado en nosotros, en qué somos, o en qué quieres que seamos dentro de un tiempo, en qué quieres hacer de tu vida, Juan, y si yo entro dentro de esa vida.

- Pues…

- ¿Qué somos, Juan? ¿Amigos con derecho a roce… o hay algo más? ¿Qué piensas hacer con tu vida? – Su tono se endureció, como lo hace el agua antes de escarcharse, pura y sólida frialdad.

Se incorporó, mirándome fijamente, mientras me fusilaba a preguntas. Sus pezones me apuntaban como dos pequeños índices, Dios bendiga el frío, y me costaba un esfuerzo sobrehumano no desviar la mirada de sus ojos para bajarla unos pocos centímetros.

- ¿Mi vida? ¿Qué le pasa a mi vida? – Eso, ¿qué le pasaba a mi vida y qué tenía que ver con lo que estábamos hablando? ¿Me había quedado dormido y me había perdido algún trozo de la conversación? ¿Alguien estaba teniendo la prudencia de grabarlo todo, por si las moscas?

- ¿Qué qué le pasa a tu vida? Juan, que vas siempre a remolque de todo, que dejas pasar el tiempo sin tomar decisiones, que esperas que las cosas se apañen solas. Y esa actitud tuya también me influye a mí.

- Pero contigo no hay nada que apañar, todo va bien, ¿no? – No, no me había puesto a la defensiva; si la almohada, el colchón, la mesita de noche y el ropero se habían colocado entre ella y yo, a modo de trinchera, era una simple coincidencia. Qué demonios, los cementerios están repletos de valientes, y las residencias de ancianos y los viajes del Inserso, de cobardes como yo.

- ¿Ves? A eso me refiero… estamos bien, claro que estamos bien, pero no hay planes, no hay expectativas de… de futuro.

- ¿Futuro? ¿A qué te refieres con…?

- Juan, si no lo entiendes, si no ves lo que te quiero decir, si para ti esto es suficiente, deberías pensar que no lo es para los dos. Llega un momento en que te has de plantear dar pasos hacia algo más serio... porque yo sí me lo he planteado, y tú…tú, parece que no.

- Yo, bueno… no sé, la verdad, es que… - Mierda, ya estábamos con los balbuceos. Mi cerebro entró en una peligrosa espiral, si digo esto lo empeoro pero si me quedo callado es peor aun aunque si digo esto otro la cosa puede ir hacia la catástrofe pero ella espera que diga algo así que abre la boca pero que sea ya que se está desesperando y tiene cerca el cenicero gordo de cristal que me traje de casa de mi madre…

- ¿No tienes nada que decirme?

- Verás, Nieves, cielo, la cuestión es que… en fin, tú ya me entiendes… o sea, vamos… el futuro es…

- Ya...

Boqueando, como los peces cuando se convierten en pescados, miré como se levantaba de la cama. ¿Alguien podría decirme por qué las mujeres se ponen tan condenadamente guapas cuando están enfadadas? Estaba tan hermosa, que si no fuera porque tenía toda la sangre útil en el cerebro alimentando a mis neuronas, sin dejar ni gota para el resto del cuerpo, la habría arrojado sobre la cama para tomar un segundo plato de postre, eso si era capaz de convencerla de que no me sacara los ojos con sus uñas pintadas de rojo hemorragia.

- Pero, ¿adonde vas? Aún tardará Vicente en llegar y podrías…

- No, Juan, no podría. – No paraba de girar alrededor de la cama, buscando su ropa interior, abrochándose la camisa, cerrando la cremallera de sus vaqueros. – No puedo esperar a que pienses ahora en algo que quizás deberías haber hecho ya, ¿no te parece?

- Pero Nieves, cielo, espera, preparo un cafelito, no, mejor un té, charlamos y… - Esto de perseguirla en pelotas por la casa en pleno diciembre eran de un patetismo y una estupidez arriesgadas para mi salud.

- No, déjalo, repasa todo lo que te he dicho, y cuando sepas que quieres, cuando lo tengas claro, ven a verme. Ya sabes que vivo tres plantas más abajo. Y vístete, que vas a pillar algo.

Blam. El portazo sonó a hora y media de reproches condensados en un solo sonido. Me quedé plantado ante la puerta, pensando que quizás, de pegarnos un revolconcillo antes de que se fuera era mejor no preguntarle.

Puf, vaya bronca. ¿Y ahora qué? ¿Seguirán saliendo juntos? ¿Tendrá Juan que cambiar el marco de la puerta de casa? ¿Se resfriará? Todo esto y mucho más, quién sabe cuando, aquí mismo...

1 comentario:

Unknown dijo...

Paquito esta segunda parte de Juan cacho....pinta muy bien jejeje. Por cierto y sin animo de joder pero Inserso se escribe con M: IMSERSO. jejeje perdón pero es que después me crujes al trivial.